El pasado
domingo celebramos el ya aclamado 5x5=35, y lo hicimos inaugurando el huerto y
animando al vecindario a formar parte del proyecto hortícola que recién empieza
en el ala este de Cerro de la Plata (en el ala oeste ya tenemos experiencia).
El día empezó
cargado de una típica incertidumbre primaveral: el tiempo meteorológico y unos posibles
chubascos débiles. Por fortuna, cuando cada uno de nosotros descorrió las
cortinas y observó un sol radiante, no dudó en bajar al huerto, y así fue como con el paso de los minutos se iba produciendo
un goteo incesante de gente.
Visto desde
fuera el movimiento era continuo y un tanto caótico, pero cuando se lograba dar
el paso e introducirse en la actividad de la
huerta, todo cobraba un orden relativo. Podríamos dividir ese orden en:
Constructores
de bancales: se caracterizaban por ser un grupo diverso, desde personas
rudas con grandes mazos y martillos que golpeaban sin descanso, a otras que,
lápiz, nivel y metro en mano, comprobaban con meticulosidad la estructura.
Pintores con
buena letra: esencialmente eran los jóvenes fichajes de este nuevo espacio
los encargados de demostrar que los cuadernillos
Rubio son eficaces. Ninguna hortaliza fue olvidada y todas posarán con su
flamante cartel en un futuro no muy lejano.
Serradores
coordinados: los principales proveedores de los constructores de bancales.
Su actividad requería de un trabajo en equipo basado en la “solidaridad del
dolor de bíceps”. Cuando uno estaba dolorido, se producía un cambio, por lo que
el serrador se convertía en sujetador y viceversa, una tradición ancestral en
Adelfas.
Miradores
profesionales: algunos eran forzados, pues no encontraban la manera de
integrarse en alguna de las actividades anteriores; otros eran forzudos, pues
luchaban por mantener el corrillo de diálogo con el resto de miradores, haciendo
oídos sordos a las propuestas de trabajo comunitario.
Cocineros
sonrientes: probablemente la agrupación con mayor responsabilidad sobre sus
hombros: alimentar a todos los grupos anteriores, quienes según avanzaba la
mañana y por consiguiente, el nivel de sus rugidos estomacales, olisqueaban el
aire que provenía del viejo huerto intentando identificar el poderoso aroma de
la paella. Aún así, este equipo no perdía ni la sonrisa, ni la concentración
(no hubo que lamentar la pérdida de ningún dedo).
Y mientras toda esta gente estaba ocupada en sus
tareas, a veces, si eras discreto, podías observar a un grupo de personas que
parecían tramar algo, se veía en su mirada, esa forma de contemplar aquella
triste pared gris no era normal. Así, en un abrir y cerrar de ojos, perfilaron
una palabra en aquel muro. Y entonces una sensación invadió al resto de gente
que allí se congregaba. Todas y todos sintieron la necesidad de colorear aquel
muro y con alegría fueron cada uno a su manera poniendo su rúbrica de color en
la pared.
Era usual ver
gente que parecía estar abstraída observando cómo el gris se transformaba en verde,
amarillo, naranja, morado, azul… Hasta que alguien, elevando su voz desde el
ala oeste, gritó “¡A COMEEEEEER!” y entonces hubo una reacción en cadena de
cientos de personas que salieron disparadas. No tardaron en formarse
aglomeraciones en torno a la paella (con pollo o vegetariana), que estuvo bien regada
con una sabrosa sangría.
Los cientos de
personas (y no es que nos hayamos venido
arriba con las estimaciones de asistencia) disfrutaron de la comilona formando corrillos en los que predominaban las
caras sonrientes y donde se comentaba la belleza del día, el placer de ver a
vecinas y vecinos del barrio y de todo Madrid, trabajar juntos con la ilusión
por crear un espacio para todos ellos; un lugar donde el verde de las plantas y
el marrón de la tierra son los colores primarios, donde la comunidad se reúne,
donde hay espacio para tod@s; un lugar ganado al barro y a los coches; un lugar
recuperado por y para el vecindario.
Mientras comiamos, algunos vecinos
fueron entrevistados con una pequeña pregunta: “Dentro de tres años, que ves en
este huerto?” Las respuestas abarcaron tanto lo literal como lo metafórico. “Vemos
vida, gente, arboles, y tomates” dijeron unos. “Veo un huerto en pleno
funcionamiento y un lugar de encuentro y cooperación” dijo otra. Otro
simplemente notó “el cambio de coches y metal a verde.”
Con el estomago
lleno y entretenidos por agradables conversaciones, costó retomar las tareas.
Hubo quien se escaqueó de recoger, o quien con motivo de bajar al Seco a dejar
unas sillas se quedó a bailar un poco de funky con Elisa. La gran mayoría se
dispuso a terminar el mural al que, poco a poco y con paciencia tod@s dimos
nuestras pinceladas blancas para remarcar RAÍCES.
Era emocionante ver cómo a
cada segundo se
distinguía con mayor claridad la palabra. El sonido de una radio portátil, una
de esas añejas de pilas y con antena, hacía compañía y marcaba el ritmo de los
brochazos. No había mucha conversación, pues la belleza del momento nos
mantenía absortos mirando a los pintores y observando a nuestro alrededor.
Una vez completadas las RAICES, los
que aún quedábamos por allí remoloneando, seguimos conversando. Lo hacíamos
cerca de un muro que antes fue gris y frío y que ahora se había vuelto cálido y
acogedor. Las palabras surgían una detrás de otra, no por tratar grandes temas
o por ser fuente de un nuevo conocimiento, hablábamos porque era la mejor
manera de mantenernos en el nuevo huerto comunitario del barrio, intentando
evitar salir de ese espacio que tantas alegrías nos había dado a lo largo del
día. Una sensación que nos es conocida y
familiar, que nos recorre por dentro cuando terminan las fiestas del barrio.
Como acto de clausura de la jornada
nos hicimos una foto en la que decíamos NO al TTIP y NO a los transgénicos.
Completaba la escena una nueva pared de fondo cuyo lema (RAÍCES) contrapone
claramente lo que propone el TTIP y los transgénicos. Ellos nos ofrecen nuevos horizontes
mercantiles para buscar el crecimiento económico a toda costa, sin embargo, aquí
preferimos crecer de manera autóctona y desde nuestras raíces, cultivando las
relaciones entre las personas y las hortalizas. Como dicen nuestros huertanos
escritores: desde el Huerto Urbano Comunitario de Adelfas reivindicamos la huertopía, un lugar en el que los huertos echan raíces
en el corazón de las ciudades.
En la zona de huertas de Adelfas
seguiremos atareados y recordaremos con gran felicidad este día, a la espera de
que el año que viene celebremos un aniversario redondo, el 6x6=36!!
Holaaaa!!
ResponderEliminar¿Os reunís todos los domingos en el huerto?
SOmos vecinos de Moratalaz y nos encantaría ir a conoceros y participar... ¡mañana mismo, después de votar!
Salud!